dimecres, 8 de juliol del 2009

Cinco minutos...


'¿Cuánto queda para marcharnos?'
Otra pregunta más que quedará en el aire junto a todas aquellas que se hicieron aquel jueves por la noche antes de lo que sería el último día, o el primero, según de lo que estemos hablando.
Ella contestaba siempre con aquello de 'cinco minutos, uno en cada dedo de la mano...'. Y se reía. Y después se ponía seria y entraba en un estado de anestesia que le duraba hasta que volvía a sentarse en la barandilla del balcón a fumarse un cigarro. Y él la miraba, y no sabía si empujarla por el balcón o tirarse él directamente. Claro, que éso nunca se lo dijo. Como tampoco le dijo nada aquel día que llevaba el pintalabios corrido, ni aquel otro en el que se olvidaron las llaves en el recibidor. Tuvieron que saltar por la ventana, y ella se enfadó terriblemente cuando él le dijo que las había dejado conscientemente. Pero no pasó nada. Después de discutir un buen rato hicieron el amor como nunca lo habían hecho. Y después las preguntas. Jueves por la noche. Y nada más. Nada más hasta al cabo de un tiempo. Los mismos de siempre, decían. Pero no. Él estaba más viejo, y ella más pálida.


El equilibrio... ese que es un sí y un no constante. El punto medio... para qué queremos punto medio?
Imagínate que siempre hubiese equilibrio. Cuando nos pasase algo 'malo', sabríamos que al segundo pasaría algo 'bueno'. Y cuando nos pasase algo 'bueno', al segundo nos pasaría algo 'malo'. Son eso... los altibajos. En verdad eso de ahora quiero hacer el amor contigo, dentro de cinco minutos te odio, ahora sí, ahora no... la verdad es que prefiero esto a saber lo que va a pasar después en todo momento.

3 comentaris:

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  2. El equilibrio no es imposible, pero tampoco necesario.

    Días encapotados. Ciertamente nublados. A mi me encantan. Es cierto que no son los mas bonitos, ni los mas alegres, pero eso es un simple problema de miras: Se debe aprender a ver el Sol detrás de las nubes. Me encanta la lluvia.
    ¿Te gustan los días nublados?

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  3. Uf...me gustan hasta que llega un momento en el que siento que el techo se me cae encima. Aunque después de tanto Sol, tengo que reconocer que estaba esperando ansiosa a que las gotas de lluvia me mojaran el pelo.

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